En todos los pueblos, grandes o pequeños de Margarita, donde se celebran festividades religiosas a Santos, Santas y Divinidades, se llevaban a cabo solemnes procesiones. Colocaban la imagen venerada sobre un amplio mesón que recubrían con “Faldones” y adornaban con flores naturales y artificiales e iluminaban con velas esteáricas o de cera, puesta en candeleros de diferentes formas y tamaños. El mesón sagrado era transportado sobre las cabezas de fieles devotos que a pasos lentos y rítmicos y entre una gran profusión de fuegos artificiales, música de viento y alegres repiques de campanas, recorrían todas o casi todas las calles del vecindario. Mujeres y hombres, viejos y mozos y hasta niños y niñas, la seguían contritos, entre oraciones, súplicas, sollozos y plegarias. El Sacerdote, sus monaguillos y varias pueblerinas previamente escogidas, precedían la manifestación, cantando letanías y salves en las casas que se lo requerían y donde las cancelaban conforme a lo acordado por el Párroco. Al caer de la noche y cuando ya los luceros empezaban a adornar la bóveda celeste, retornaban al sitio de donde habían salido, para no volverlo a hacer sino hasta un año después, salvo causas extraordinarias o medidas especiales, que impusieran, la comunidad o la superioridad eclesiástica. Así eran las procesiones de antaño en Margarita, herencia de los primeros pobladores españoles y traídas con sus ancestrales creencias, que fueron traspasándose en esta Isla de generación en generación, aunque con algunas ligeras modificaciones, producto del paso del tiempo, de las distancias y de las transculturaciones que se han ido operando paulatinamente en la región Isleña. Las procesiones se siguen llevando a cabo todavía en forma popular. Las imágenes sagradas continúan bendiciendo casas y huertas, desde sus sitiales de honor, en sus anuales recorridos, ya no sobre las cabezas de fieles y consecuentes “Cargadores de Promesas», sino en carrozas desplazadas sobre ruedas de metal o impulsadas por motores mecánicos. Con todo y eso podemos vanagloriamos en decir, de que algo nos queda todavía de la fe cristiana, inculcada por nuestros antepasados.
(Tomado de ALGUNAS TRADICIONES MARGARITEÑAS José Joaquín Salazar Franco “CHEGUACO” 1991)