CACHICATO: EL GRAN GOURMET

El famoso y conocido “Cachicato», quien era cocinero en su propio restaurant que tenía en el sector Bella Vista frente a la laguna de “El Morro», desaparecida por  razones  naturales  y  por la contaminación de que fue víctima producto de los deshechos derramados desde los hoteles y edificios  que construyeron en sus cercanías, era considerado como uno de los mejores chef de cocina en Margarita, tanto así que grandes personalidades entre políticos, artistas, comerciantes, aviadores, turistas nacionales  e  internacionales, formaron parte de su exclusiva clientela, además de los  personajes de aquí. Imposible olvidar su manera de ser y actuar con un toque de jocosidad. Era un hombre blanco aunque con la piel un poco tostada de tanto sol que recibía, gordo, calvo, siempre sudoroso por estar todo el tiempo ocupado en su quehacer diario: ir y venir en su vieja pick-up  a buscar los materiales culinarios para su restaurant, pues él siempre  se  encargaba personalmente de escogerlos, luego llegar directamente a la cocina a preparar las comidas con su toque personal, no sin tener encima  unos cuantos tragos de aguardiente para “inspirarme»- decía. Debido  a su hiperkinesia, eran característicos los gestos que hacía cuando atendía a los visitantes y comensales:

-¿Qué tienes para hoy cachi? Le preguntaba alguien que conocía el sitio por i lo que se presentaba con amigos o familiares que venían por primera vez.

– “Bueno chico; – decía mientras se sobaba la enorme barriga que se asomaba por debajo de la franela o camisa que llevaba puesta  ocasionalmente; se rascaba las axilas, los genitales y el trasero, esa parte I donde la espalda pierde su nombre. “Tenemos sancocho e’ pargo y sierra, tortilla e’ chucho,  tortilla e’ cazón, tripa e’ perla guisaá con arroz, tortuga, langosta, calamares… mira mijo, tengo un “buyavés” de bagre cacumo como para chuparse los dedos”; y lo demostraba pasándose la lengua por los  dedos índice y pulgar. ¡Ven pa’ la cocina para que veas!” Era su forma  particular de ganarse a la clientela; la gente lo aceptaba a pesar de la mala  impresión que causaba, pero la satisfacción de saborear comidas  tan exquisitas, dejaba eso en un segundo plano

En una oportunidad llegaron a almorzar, recomendados por Hernán Rosario, dos pilotos de la línea aérea Avensa acompañados de dos  aeromozas; les dijeron del sitio porque había otro muy buen cocinero llamado  “Gacho” quien tenía un restaurant en El Tirano, pero era muy lejos; el aeropuerto estaba cerca de Cachicato, así tenían tiempo de almorzar y luego partir en la tarde

-“ Hernán Rosario me recomendó un arroz con tripa e’ perla, Cachicato»- dijo uno de los pilotos.

-¡Muchacho’ er diablo!  Eso está de rechupete!. Le dijo Cachicato al tiempo que hacía sus gestos característicos mientras hablaba con las dos parejas: las mujeres estaban impresionadas cruzando miradas de incredulidad entre ellas.

-Bueno, trae cuatro platos con ese arroz- pidieron.

 

¡Yo mismo se los traigo ya! Respondió Cachicato; fue a la cocina y regresó de inmediato con el pedido. “Aquí tienen, y buen provecho buenas mozas”- dirigiéndose a las aeromozas, pues tenía fama de piropeador y pájaro bravo; luego se fue a atender a otros clientes. Al poco rato lo llama uno de los  pilotos y le dice un poco alterado:

_ ¡Mira Cachicato!

¿Qué pasó hijo er diablo?- preguntó.

-¡En este arroz hay dos moscas muertas! ¡Esto es una cochinada!

-¡Carajo mijo! Responde Cachicato ¡Si hubieras encontrado dos perlas, ni de vaina me hubieras llamado! ¿.Verdad? Y se retiró de lo más tranquilo a atender a otros clientes que estaban llegando en ese momento. ¿Qué hicieron los pilotos y las aeromozas? Morirse de la risa sin reaccionar en contra de ese personaje que se ganaba a la gente por su forma de ser.

(Tomado de Carlos Luis Mujica Romero “Marunga” en su libro OCURRENCIAS DE MI GENTE, 2013)MOSCAS EN EL ARROZ

LEO Y LICHA COTUA

A mi hermano Leoncio (Leo), lo mandaron a estudiar in­terno a un colegio en Caracas y su representante era Rosa­rio, mi novia, ahora mi esposa.

Cuando Leo cumplió su periodo de estudios, se vino para Margarita, mi papá me encargó, que le consiguiera cupo en un liceo, para terminar el bachillerato; hablé con los profe­sores Juan Barragán y Pedro Suárez, quienes eran Director y Sub-Director respectivamente del liceo Juan de Castella­nos en Juangriego. Cuando Leo se presentó en el plantel para inscribirse, Pedro Suárez se ofreció como representan­te del nuevo alumno.

En la Margarita de aquel tiempo, los muchachos acostum­braban a mofarse de las personas que tuviesen algún apo­do o sobrenombre, con el propósito de hacerlos molestar, hasta el punto, que la persona aludida les lanzaba piedras o cualquier objeto o salían persiguiéndolos en carrera, a quienes se burlaban de ellos para castigarlos, pero las co­sas nunca pasaban a mayores.

Era costumbre, que un grupo de muchachos de Porlamar, se sentaran en los bancos de la Plaza Bolívar y al pasar algún personaje conocido, comenzaban a molestarlo.

-¡Ahí viene Licha…ahí viene Licha! – Se corría la voz.

La señora Licha tenía un bocio o «coto» muy prominente, el cual hizo que la apodaran «Licha Cotua», cuando esa se­ñora oía su apodo, empezaba a insultar a todos los del gru­po con improperios de todo calibre, llegando hasta incluir a sus familiares, si había algún conocido para ella.

– ¡Esto que yo tengo aquí es un coto…un coto…cooo- to!- Se plantaba entre los estudiantes tocándose el cuello, cuando estos no la nombraban.

-i Y el coño de su madre, al que me llame Licha Cotua.! Los miraba a todos y se marchaba arrogante.

Pero al dar la espalda, solamente con oír: «Tua», dispara­ba su andanada de groserías.

Otro personaje famoso, para la época era «Rabo Seco», un conductor de carro por puesto que era nativo de Juangriego.

-¡Rabo Seco, Rabo Seco!. Se oían los gritos de los mucha­chos cuando veían al carro del señor y este se molestaba tanto que se bajaba del carro olvidándose de los pasajeros para desafiarlos o insultarlos.

En una ocasión, venia Leo en horas del medio día, del Li­ceo Juan de Castellano y se subió al carro de Rabo Seco, al poco rato abordó también el auto Licha Cotua, Leo se tapó la cara con los cuadernos, como simulando estar estudian­do para que Licha no lo reconociera.

Rabo Seco veía a Leo por el retrovisor del carro y la seño­ra Licha trataba de verle la cara.

-Trágame tierra- se decía Leo.

En el carro se hizo un silencio sepulcral a pesar de que Rabo Seco y Licha se conocían y eran muy habladores.

A las alturas del Portachuelo de Juangriego, se rompió el silencio.

-i Como es verdad…que hay personas de familias decen­tes en Porlamar, que cuando están en grupo les gustan ofender a los demás! – Dijo Licha habando en voz alta ha­ciendo notar su enojo.

-i Yo tengo aquí en el cuello una pelota…un coto; y exis­ten unos grandes carajos en Porlamar, que cuando uno pa­sa por el lado de ellos, empiezan a ponerle sobrenombre!

El tono de la voz de la señora fue incresendo, y ya en ple­no Portachuelo, el conductor se sumó a lo expresado por Licha.

-i Si es verdad!- Acto seguido estacionó el carro y diri­giéndose a Leo:

-i Este es uno de esos carajos, que cuando yo paso por la Plaza Bolívar de Porlamar, me empieza a llamar Rabo Se­co, así que me hace el favor y se me baja de mi carro, va­gabundo del carajo!.

Leo abrió la puerta y salió corriendo, porque Rabo Seco empezó a trastear algo debajo del asiento, tuvo que ve­nirse en una «colita» para Porlamar, llegó a la casa sudado después del medio día y ya la mesa del almuerzo la habían recogido.

Nuestra madre tenía un dicho que a veces hacia efectivo: -i El que está en la calle …que coma calle!

Y Leo, tuvo que esperar hasta la hora de la cena para comer.

(Tomado de Jesús Fernández Rodríguez en LA ESPONTANEIDAD EN LO COTIDIANO, 2012)CALLE GUEVARA DE PORLAMAR