A mi hermano Leoncio (Leo), lo mandaron a estudiar interno a un colegio en Caracas y su representante era Rosario, mi novia, ahora mi esposa.
Cuando Leo cumplió su periodo de estudios, se vino para Margarita, mi papá me encargó, que le consiguiera cupo en un liceo, para terminar el bachillerato; hablé con los profesores Juan Barragán y Pedro Suárez, quienes eran Director y Sub-Director respectivamente del liceo Juan de Castellanos en Juangriego. Cuando Leo se presentó en el plantel para inscribirse, Pedro Suárez se ofreció como representante del nuevo alumno.
En la Margarita de aquel tiempo, los muchachos acostumbraban a mofarse de las personas que tuviesen algún apodo o sobrenombre, con el propósito de hacerlos molestar, hasta el punto, que la persona aludida les lanzaba piedras o cualquier objeto o salían persiguiéndolos en carrera, a quienes se burlaban de ellos para castigarlos, pero las cosas nunca pasaban a mayores.
Era costumbre, que un grupo de muchachos de Porlamar, se sentaran en los bancos de la Plaza Bolívar y al pasar algún personaje conocido, comenzaban a molestarlo.
-¡Ahí viene Licha…ahí viene Licha! – Se corría la voz.
La señora Licha tenía un bocio o «coto» muy prominente, el cual hizo que la apodaran «Licha Cotua», cuando esa señora oía su apodo, empezaba a insultar a todos los del grupo con improperios de todo calibre, llegando hasta incluir a sus familiares, si había algún conocido para ella.
– ¡Esto que yo tengo aquí es un coto…un coto…cooo- to!- Se plantaba entre los estudiantes tocándose el cuello, cuando estos no la nombraban.
-i Y el coño de su madre, al que me llame Licha Cotua.! Los miraba a todos y se marchaba arrogante.
Pero al dar la espalda, solamente con oír: «Tua», disparaba su andanada de groserías.
Otro personaje famoso, para la época era «Rabo Seco», un conductor de carro por puesto que era nativo de Juangriego.
-¡Rabo Seco, Rabo Seco!. Se oían los gritos de los muchachos cuando veían al carro del señor y este se molestaba tanto que se bajaba del carro olvidándose de los pasajeros para desafiarlos o insultarlos.
En una ocasión, venia Leo en horas del medio día, del Liceo Juan de Castellano y se subió al carro de Rabo Seco, al poco rato abordó también el auto Licha Cotua, Leo se tapó la cara con los cuadernos, como simulando estar estudiando para que Licha no lo reconociera.
Rabo Seco veía a Leo por el retrovisor del carro y la señora Licha trataba de verle la cara.
-Trágame tierra- se decía Leo.
En el carro se hizo un silencio sepulcral a pesar de que Rabo Seco y Licha se conocían y eran muy habladores.
A las alturas del Portachuelo de Juangriego, se rompió el silencio.
-i Como es verdad…que hay personas de familias decentes en Porlamar, que cuando están en grupo les gustan ofender a los demás! – Dijo Licha habando en voz alta haciendo notar su enojo.
-i Yo tengo aquí en el cuello una pelota…un coto; y existen unos grandes carajos en Porlamar, que cuando uno pasa por el lado de ellos, empiezan a ponerle sobrenombre!
El tono de la voz de la señora fue incresendo, y ya en pleno Portachuelo, el conductor se sumó a lo expresado por Licha.
-i Si es verdad!- Acto seguido estacionó el carro y dirigiéndose a Leo:
-i Este es uno de esos carajos, que cuando yo paso por la Plaza Bolívar de Porlamar, me empieza a llamar Rabo Seco, así que me hace el favor y se me baja de mi carro, vagabundo del carajo!.
Leo abrió la puerta y salió corriendo, porque Rabo Seco empezó a trastear algo debajo del asiento, tuvo que venirse en una «colita» para Porlamar, llegó a la casa sudado después del medio día y ya la mesa del almuerzo la habían recogido.
Nuestra madre tenía un dicho que a veces hacia efectivo: -i El que está en la calle …que coma calle!
Y Leo, tuvo que esperar hasta la hora de la cena para comer.
(Tomado de Jesús Fernández Rodríguez en LA ESPONTANEIDAD EN LO COTIDIANO, 2012)